El retorno al pasado donde me espera mi padre. Sentado en una pequeña silla de madera. La espalda recostada en las paredes de la casita, apoyada en las dos patas traseras. Me sonríe con semblante de paz en el rostro. Con la calma de toda una vida de espera. Su mirada es fija y lejana. Párese sonar con el ayer. Me mira y sus ojos color miel brillan a la luz del sol, me vuelve a sonreír con la sonrisa retorcida que lo caracteriza.
Dirijo la mirada hacia la casita y recuerdo haber estado allí. Eran tiempos felices, tiempos lejanos. Reconozco la casita. Esta situada en medio del conuco. Sus paredes de tablas de madera de palma de color natural, dos ventanas laterales y una puerta en el lado superior. Esta techada con hoja de palma seca, redodeada de un pasto verde, La grama verde que la rodea desprende el olor del rocío y anuncia que ha llegado la madrugada. Ella guarda un recuerdo de infancia, una historia de amor y calor de hogar. Ya vienen a trabajar la tierra, ya vienen a sembrar el conuco.
Son tres los que se acercan, como ya es su costumbre a reunirse a planear un nuevo día y sonar con el futuro. Ellos lo escuchan, mientras el desborda sus ideas e inquietudes y los deja perplejos con discursos de esperanza. Se dirigen hacia el rancho a unos metros de la casita. En medio de la siembra de tabaco construyen un mundo entre ellos. Se respira honestidad, integridad y confianza entre un lazo de sangre que se extiende hacia el infinito. Son Hermanos son amigos son cuatro hombres de Hierro. Son un legado de Honor que va de generación en generación.
Allí, en medio del conuco, sentados en círculo entre anécdotas y cuentos anejos pasa el tiempo sin darse cuenta. Cuando levantan la mirada ya es tiempo del regreso a casa y será hasta mañana que emprenderán hacia la lucha por sus sueños.
Dedicado a mi padre Federico A. Hierro Guzmán “Cacan” y a mis tíos, Juan Alberto Hierro Guzmán “Cucurico”, Ramón Hierro Guzmán” Cueva” y Jesús Maria Hierro Guzmán “Tato”
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